Conseguir cambios al interior de la compañía requiere de una lucha contra esa resistencia que impide mejorar la productividad y los procesos internos.
Por Roberto Carlos Gómez
Imagina el mundo ideal: todos los colaboradores en la empresa están siempre pensando cómo mejorar sus áreas de trabajo, facilitar el flujo operativo de la empresa, comunicarse mejor y de forma más efectiva. Por supuesto, todo ello además de su carga de trabajo normal.
Cierto día, uno de ellos tiene una buena idea, ¡una GRAN idea! La discute con sus compañeros, planean entre todos el curso de acción, acto seguido la plantean al director. Él les dice que sí y arma un equipo de trabajo; el proyecto se implementa en el campo y es un éxito. Todos los involucrados, desde el inicio hasta la ejecución se convierten en héroes y son reconocidos pública y económicamente. ¡Hurra!
Pero siendo realistas, no siempre funciona así. Como podemos ver, hay muchas partes móviles y demasiados elementos volátiles. Todos los empleados siempre tienen “tanto trabajo” que no se aventuran a levantar la cabeza para ver qué se puede mejorar.
Es difícil que un individuo encuentre un equipo que le siga la corriente para llevar a cabo una idea no probada. Todavía más cuando se tiene el síndrome de “es mía, no me la vayan a robar”.
Siguiente obstáculo: no se cuenta con un método probado para averiguar qué idea es buena y más aún, cómo presentarla ante un director para que decida correr el riesgo de implementarla.
Porque toda gran idea, por más simple que sea, requiere recursos, tanto humanos como económicos.
Y luego, al final que se le premie y reconozca a cada colaborador su participación. ¿Cuánto se le debe pagar? ¿A quién? ¿Al que la propuso, la documentó o a quienes la hicieron realidad?
Sí, una cosa es tener la palabra “innovación” en letras doradas en la recepción del negocio y otra es tener una verdadera vocación para impulsar su renovación desde el interior. Por ello, muchas empresas compran a otras a precios premium, para adquirir su talento y drive innovador.
En algunos de esos casos los creadores de estas nuevas startups eran empleados de estas compañías y quisieron impulsar internamente sus ideas, sin obtener apoyo de sus directores. ¿Qué opción tienen? Renunciar a sus trabajos, emprender en una cochera, y años más tarde, ser adquiridos por quienes los dejaron ir.
La recomendación para los directores que en realidad deseen provocar cambios innovadores es muy simple:
• Decisión: decidir SER —más que decir que son— una empresa enfocada a la innovación. Más que una frase bonita, es hacerlo realidad.
• Método: no basta con decirle a los empleados que “piensen fuera de la caja”, si nadie sabe ni siquiera dónde está o a qué se refieren. Aquí se trata de saber cómo se van a gestar, acumular, evaluar, filtrar, promover y ejecutar las ideas. Pueden tomar el camino largo y promover a un ejecutivo como Director de Innovación, para que, a prueba y error, identifique cómo lograr un cambio cultural, o usar el camino corto y contratar a un consultor que los lleve de la mano en el proceso.
• Consistencia: cuando un directivo proclama heroicamente: “¡Ahora seremos una empresa basada en la innovación!”, es muy probable que nadie le crea. Sobre todo cuando hay un historial de iniciativas de “revolución” hechas con medias intenciones, poca energía o cambios de timón a los pocos meses.
La transformación verdadera se ve con el paso del tiempo, cuando todos se dan cuenta que sí es en serio y la empresa busca un nuevo rumbo. Aunque según las estadísticas no somos un país líder en innovación, sí podemos serlo, y muy pronto, si se aplica lo aquí propuesto.
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