Deja de preocuparte por los elementos que afectan la visibilidad y conducción de los coches. Ahora, estos se conducirán mientras te relajas sabiendo que viajas por la ruta óptima y segura.
A medida que evolucionan, los vehículos autónomos de nivel 4 y 5 —en los que no interviene un ser humano para conducirlos— integrarán sistemas de navegación que emularán a la visión de los pájaros con la finalidad de garantizar mayor seguridad a los pasajeros.
Los seres humanos presentan dificultades para cubrir el terreno más allá de su campo de visión al conducir; por ejemplo, a menos que reciban ayuda de una aplicación, hasta que no llegan a una intersección o toman una avenida más concurrida, no tienen idea de cuál es el comportamiento del tráfico.
En cambio, un coche autónomo cuenta con el potencial de integrar una tecnología que le infunda una visión prácticamente de 360 grados, como si pudiera observar todo desde el aire y obtener un punto ventajoso para analizar todo el entorno presente y al que se enfrentará más adelante de forma simultánea para que el vehículo tome decisiones sin poner en jaque la seguridad de los pasajeros ni esperar las notificaciones de una app.
Ante esto, el desafío se encuentra en emular la visión de las aves, reflejada en una tecnología que supera con creces a los humanos, conformada por sensores para analizar el espacio alrededor, carriles en las avenidas, semáforos y objetos que se mueven.
Por un momento piensa en un águila que vuela a gran altitud y desde arriba es capaz de detectar con sus ojos a su presa, por más pequeña que sea, para luego descender y atraparla. Imagina que tú pudieras salirte de tu cuerpo mientras conduces, elevarte por el cielo y ver cómo se encuentra el tráfico y todo el entorno en la próxima avenida que tendrás que tomar.
La respuesta para mejorar las funciones tanto de vehículos autónomos como de otros dispositivos se encuentra en la biomímesis, encargada de estudiar a la naturaleza, viéndola como fuente de inspiración para desarrollar tecnologías innovadoras que solucionen las problemáticas que enfrentan las personas y el mundo en general.
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Esta ciencia no es nueva, incluso data del año 6000 a.C., cuando las cuevas eran utilizadas como refugios. Por ello, no es de extrañar que algunos de los templos budistas más reconocidos del mundo están labrados cerca de estos lugares, buscando conseguir que aportarán la misma sensación de seguridad para los monjes.
Otro ejemplo es de hace 1700 años cuando el chino Lu Ban vio cómo los niños usaban las hojas de loto para protegerse de la lluvia. En consecuencia, buscó emular su flexibilidad y efectividad con el fin de crear este producto que hoy en día se usa hasta para protegerse del sol.
Casos más recientes incluyen los aviones o inclusive el famoso tren bala, cuando a finales de los 90 a este medio de transporte se le modificó el frente, inspirándose en una pequeña ave llamada Kingsfisher o martines pescadores en español.
La punta del tren tomó la forma de la cabeza para que estuviera más aplanada y pudiera “romper el viento”, porque anteriormente este lo empujaba cuando ingresaba en un túnel y provocaba un sonido estruendoso.
Como si los vehículos tuvieran alas
A medida que los coches autónomos evolucionan, alcanzado niveles 4 y 5 de autonomía, estos tendrán que ser muy precisos para conducirse entre las calles de las grandes metrópolis, que a menos que la población disminuya un poco, estarán atestadas de vehículos y de gente. El riesgo de un accidente será latente. Ni hablar de transitar carreteras en zonas riesgos o cuando una tormenta interrumpa la visibilidad.
Ante estos retos, los carros integrarán sensores, dándoles una visión de 360 grados, como si tratara de un águila que observa desde el cielo, que interpretarán los datos que reciban de los señalamientos o de los semáforos. Por ejemplo, cámaras en los postes de luz podrán informar al vehículo que cierta zona está muy congestionada, por lo que de forma autónoma tendrá la opción de elegir una ruta alternativa, además de contar con sistemas LiDAR, los cuales ayudan a determinar la distancia respecto a un objeto y a evitar incidentes de proximidad.
Bajo el cobijo de estas tecnologías, los coches parecerán aves que surcan los cielos para ver el panorama completo de lo que hay abajo: ciclistas, peatones distraídos, entre otros. Adicionalmente, podrán “ver” a través de la niebla cuando la visibilidad sea poca o nula.
Además de lo anterior, se contempla que los coches autónomos estén equipados con sistemas de comunicación denominados V2V; es decir, de vehículo a vehículo. De esta forma, si uno que va adelante voltea a la derecha y se topa con un accidente, le puede avisar al otro que viene más atrás que la calle está bloqueada y que mejor considere una ruta alternativa.
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A pesar de las ventajas potenciales que presentan, ¿la inteligencia artificial del vehículo debe confiar complementa en los datos basados en el sistema de “visión de ave”? Si bien este sería de gran ayuda, uno de los principales riesgos es que la información puede llegar con retraso o ya no ser precisa de un momento a otro. ¿Qué tal si detecta a un peatón que corre para cruzar la calle, pero luego tropieza? ¿Así el coche podría tomar una decisión innecesaria de tomar otro carril y encima ocasionar un accidente?
Un riesgo mayor es que los datos recolectados estén corrompidos o incluso manipulados por hackers. En consecuencia, será más relevante cuáles serán las decisiones de la IA al conducir y evitar potenciales incidentes que pongan en jaque tanto la vida de los pasajeros, como las personas que se encuentran en el exterior.
Los vehículos autónomos tienen el reto de integrar una visión de pájaro para trasportar a las personas y hacerlas sentir complemente seguras hasta llegar a su destino, mientras ellas disfrutan de una conversación en el interior del coche.