Antes de llevar a cabo transformaciones disruptivas, las organizaciones deben evaluar el impacto social, económico y ambiental que tendrán, para así colaborar en la generación de un mejor futuro.
Por Dr. Carlos Scheel
Si un alcalde de América Latina nos preguntara qué hacer para que su ciudad sea innovadora ¿qué le responderíamos? Él ha oído que las empresas e individuos que innovan son muy exitosos, sus productos son los que más se venden y que las regiones de este tipo, como Silicon Valley son conocidas en todo el mundo. La pregunta correcta no es por qué innovar, sino cómo y en dónde.
La ciudad como un sistema colectivo requiere medios para lograr un impacto social significativo, así como crear los espacios adecuados para democratizar la innovación y diseñar las conexiones necesarias que generen ecosistemas regionales, suficientemente articulados para que se puedan transferir ideas de los individuos a productos y éstos a capitales con alcance regional.
De la invención a la democratización
El desarrollo de la mayoría de los productos, servicios, modelos de negocio y ciudades del siglo pasado fueron impulsados por inventos y tecnologías disruptivas, así como fondos económicos significativos. Éstos tuvieron una influencia determinante en la vida cotidiana de la ciudadanía y en el crecimiento de las naciones. Hoy todos son reevaluados y se les mide por el impacto social que ejercen, la huella ambiental que genera su manufactura, el origen de las materias primas y la energía que consumen en su producción, así como por el número de personas a quienes benefician económicamente.
Se trata de convertir la innovación tradicional en una de un sistema de capitales, por ejemplo:
• Personalización de la manufactura: la impresora 3D se desarrolló en 1984 como un proceso de producción aditiva a precios exorbitantes. Sólo en los últimos cinco años se ha diseñado un artículo accesible, en costo y en funcionalidad para millones de personas.
• De producto a sistema: el foco pasó a ser una excelente invención cuando formó parte del sistema de iluminación urbana de millones de usuarios.
• Personalización de la computación: la monstruosa computadora de los años 50 alcanzó un tamaño personal gracias a los avances de la microelectrónica.
El enfoque sistémico de la innovación
Ésta ha sufrido grandes cambios. Ha pasado de los modelos clásicos de transformación radical e incremental, hasta converger en dos conceptos aparentemente divergentes: la innovación disruptiva y el diseño de sistemas innovadores.
El primer concepto fue creado por Clayton Christensen en los años 80 para describir el proceso por el cual productos y servicios disrumpieron sus respectivas industrias. ¿Qué tienen en común Uber, Amazon, las impresoras 3D, iTunes o RyanAir? Más que ser productos o servicios novedosos, han roto con los paradigmas convencionales de cómo hacer negocio y lograron un impacto notable en la sociedad.
Las grandes economías están empleando sus recursos científicos, tecnológicos y naturales –en muchos casos explotando también los de aquellos países en desarrollo– para innovar y generar medios que impacten a más personas, de una forma más eficiente, obligando a romper principios clásicos utilizados en el siglo pasado.
Por ejemplo, iTunes de Apple rompió los estándares de la industria musical, Amazon cambió las prácticas convencionales de las editoriales y de las librerías típicas, Uber transformó el negocio tradicional de los servicios de transporte de personas, RyanAir lo hizo con las estructuras habituales de la industria del aerotransporte y las impresoras 3D revolucionarán el diseño y la manufactura de manera impactante en los próximos años, al otorgar al usuario final la capacidad de construir modelos tridimensionales.
Cada uno de estos casos ha tenido un efecto económico y social mucho más amplio que la innovación de un producto o servicio por sí solo. Se han convertido en estructuras globales de transformación de gran valor, ya que millones de personas se benefician con ellos al ser accesibles a más usuarios, se han vuelto más abiertos y disruptivos.
No es la novedad o relevancia de la invención en sí, sino el cómo usaron las tecnologías adecuadas y el momento oportuno para insertarlas y convertirlas en notables sistemas sociales.
Por ello, el impacto del cambio debe medirse por la influencia que tiene en la sociedad y por su evolución desde una iniciativa novedosa a un enfoque democrático.
De esta manera, la innovación con un enfoque sistémico se integra mediante el diseño de mecanismos que rompen paradigmas y la inserción de éstos en sistemas de capital más sofisticados. Esta perspectiva se puede ver cuando se transfiere la creación de un producto novedoso hacia esas estructuras, diseñando una disrupción notable y planeando alrededor de ésta una estrategia de gran impacto.
Innovación para la sustentabilidad y el bien común
Ésta es la visión de transformación que debe alcanzar el político o el gobierno en turno que desea impulsar una ciudad. Hay que usar la innovación para generar riqueza sustentable que mejore la calidad de vida de sus habitantes, para que en el futuro se torne atractiva para el capital foráneo, socios tecnológicos y organizaciones, ayudando a reducir la injusticia social, la contaminación ambiental, el gasto de agua y en general los niveles de pobreza extrema. Es diseñar un futuro agradable, viable y de grandes expectativas.
Este es el gran salto que debemos impulsar en la educación de quienes construirán el futuro del planeta. Se deben formar líderes que sepan diseñar sistemas y administrarlos.
Los nuevos innovadores serán los que hagan converger la transformación tecnológica, social, cultural y ecológica.
Deberán romper con las convenciones de la administración pública y las estrategias de desarrollo industrial. En la innovación del siglo XXI convergen la creatividad, la tecnología, la organización, el emprendimiento y la gobernanza para formar estructuras de capitales de gran impacto en la forma de vida de la mayoría de los habitantes de una ciudad y del medio ambiente que los rodea.
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