Los cambios son necesarios dentro de los procesos de las organizaciones, pero deben efectuarse bajo las condiciones que generen un desarrollo sostenible.
Por Dr. Carlos Scheel
En 1589 William Lee, un pastor educado en Cambridge, fabricó lo que sería la primera tejedora mecánica que sustituiría la ardua labor de tejer a mano las grandes capas y cobertores de la sociedad inglesa. Después de muchas diligencias consiguió una audiencia con la reina Elizabeth I en búsqueda de financiamiento para la producción de su máquina.
Su creación fue rechazada categóricamente debido al enorme daño que causaría a un gran número de súbditos que se dedicaban a estas faenas. Si bien su trabajo iba a generar incrementos enormes en la productividad de la industria, también sería la causante de la destrucción de un tejido social ya establecido en el reino.
La innovación tecnológica del Siglo XX hizo prosperar sociedades, pero también volvió obsoletas y destruyó antiguas prácticas sustituyéndolas por modernas iniciativas. Este concepto en la actualidad sigue válido, este año en Davos se concluyó que en pocos años cinco millones de empleos se sustituirán por robots y que en varias ciudades europeas el servicio de Uber ha sido cancelado o modificado por su impacto a los taxistas. Estas ideas concuerdan con lo expresado por Schumpeter:
“La innovación es un proceso que genera una destrucción creativa”, es origen de un crecimiento económico efectivo pero definitivamente no sustentable.
Observando detalladamente las cadenas de innovación en donde una idea se transforma en invención, luego en producto y finalmente en emprendimiento para iniciar una empresa, que al innovar entra en un ciclo de rendimientos económicos crecientes que la motiva a seguir progresando. Así lo que al comienzo es una ventaja pequeña se convierte en una superioridad competitiva para lograr posicionamiento local y luego global dominante en el mercado que puede convertirla en monopolista. Al generar una industria en la que destaca una sola compañía, se concentra la riqueza en un solo polo de crecimiento -en ocasiones temporalmente- y se pueden convertir en dominios más extendidos y duraderos que a medida que crecen hacen alianzas para eliminar a los competidores y forjar una posición sobresaliente imposible de derribar.
Este comportamiento muy usual en las nuevas industrias como las TIC, nanotecnología, biotecnología o ingeniería genética, ha creado una enorme concentración de la riqueza en un puñado de personas emprendedoras formadores de una base de menos de 100 multimillonarios, generadores de una fortuna que lograría la mitad del planeta.
Dichos empresarios aunque crean empleos (la mayoría de muy bajo valor agregado y económico) con sus grandes corporativos, la contribución al estado en impuestos en algunos países industrializados, no suele ser proporcional a la magnitud de sus fortunas; no aportan lo suficiente para sostener una infraestructura que mejore las condiciones sociales y la calidad de vida, o recupere el daño al medio ambiente que sus propias compañías ocasionan. En este momento el gobierno a través de mecanismos financieros desgastados y sesgados hacia un pequeño grupo de banqueros, hoy subsidia estos desequilibrios con fondos públicos, aumentando las crisis de dimensiones mundiales.
Ante esto es necesaria una revolución de la innovación que conduzca a que el desenvolvimiento de ésta, principalmente basada en la ciencia, la tecnología y en el desarrollo humano, alcance en forma colaborativa un emprendimiento sostenible que genere una riqueza sustentable, ambientalmente resiliente, recuperable, socialmente incluyente y equitativa, además económicamente viable y competitiva.
Hay que crear condiciones, capacidades, interacciones y una adecuada gobernancia con un enfoque sistémico, es decir la democratización de la innovación centrada en el sistema.
En México estas condiciones están bien identificadas y son las que precisamente deben apalancarse por sus beneficios tan pobres a nivel mundial para mejorar la posición del país en el Global Innovation Index (en el lugar 57 de 141 economías), resultado del poco rendimiento de varios parámetros relacionados con la innovación como:
• Colaboración universidad/industria para la investigación.
• Estabilidad política.
• GERD (Gross Domestic Expenditure on R&D) financiado por extranjeros.
• Tasa de crecimiento de PPPS (Public Private Partnership)/trabajador.
• Alianzas estratégicas de Joint Venture Capital.
• Gasto de software con respecto al GDP (Gross Domestic Product).
• Exportaciones culturales y de servicios creativos.
• Iniciativas de Venture Capital de tipo PPPS.
Y sostener los mejores niveles en rubros como:
• Exportación de bienes de creatividad (el mejor de los indicadores evaluados).
• Manufactura con alta y media tecnología.
• Porcentaje de Graduados en Ciencias e Ingeniería.
También en la nación se debe formar un océano azul para que la nueva generación de la innovación tenga las condiciones apropiadas, oportunidades de gran valor localizadas y el espacio del ecosistema articulado para apoyar a los emprendedores sustentables a generar sus startups y a los intrapreneurs sus spinoffs de alto valor.
Para lograr el éxito es indispensable que existan cuatro factores: 1) desarrollar líderes campeones con una visión sistémica, 2) un estado de derecho que facilite las alianzas, la gobernanza y mejore la confianza en las instituciones, 3) una cultura colaborativa y de compartición y 4) combinar lo anterior para potenciar adecuadamente las estrategias con una gran visión de crecimiento sustentable y holístico.
Hay que crear emprendedores y empresas que sean económicamente viables y competitivas, pero más que esto, que sus modelos de negocio estén diseñados para crear un gran impacto social y puedan regenerar los recursos naturales que las mismas industrias destruyen.
De otra forma, la innovación seguirá siendo la acción de unos pocos emprendedores con un impacto muy limitado en la sociedad, aumentando la brecha social, económicamente perecederas y retardando la recuperación del medio ambiente.
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