En medio del desierto se aprecian cientos de misteriosos surcos en el suelo que, vistos desde el aire, forman dibujos de animales y árboles.
Por Redacción TNE
En Perú, a 450 kilómetros de Lima, entre los poblados de Nazca y Palpa, yacen unos de los más grandes misterios de la humanidad en un espacio de más de 500 km2. Sobrevuela el desierto en un avión o comienza a escalar una de las colinas aledañas para admirar semejante imagen: distintos surcos blancos se dibujan en el bronceado y rojo óxido del suelo. El paisaje cambia a medida que subes de altitud y las líneas ahora toman formas geométricas simples como trapezoides, líneas rectas, rectángulos y triángulos. Después, esas figuras abstractas se convierten en algo más claro mientras más asciendes: un colibrí, una araña, un mono. ¿Quién se habrá tomado la molestia de marcarlas?
En total, hay cerca de 300 figuras geométricas, 70 diseños de animales y plantas y más de 800 líneas rectas, varias de las cuales llegan a medir hasta 48 kilómetros.
¿Qué? ¿Quién? ¿Cómo?
Pensarás que semejante descubrimiento arquitectónico estaría bien documentado; después de todo no es nada común ver estos dibujos —unos llegan a medir hasta 270 metros de longitud— en cualquier parte del mundo. Sin embargo, en realidad se conoce muy poco de las Líneas de Nazca, apenas un aproximado de su fecha de creación: entre los años 200 A.C. y 500 D.C., aunque este año se descubrieron más figuras que datan de tiempos más antiguos.
El lugar está tan envuelto en misterio que varios aficionados a la “pseudociencia” incluso lo asocian con la llegada de extraterrestres. Bajo esta loca teoría, fueron seres de otro planeta quienes ayudaron a los antiguos humanos a labrar las imágenes. La figura del “Hombre Búho”, solamente refuerza estas disparatadas ideas, ya que creen que representa a un sujeto vestido de astronauta.
El primero en documentar avistamiento alguno de las Líneas de Nazca, fue el conquistador Pedro Cieza de León en 1547, aunque las confundió con carreteras.
No fue sino hasta el siglo XX que el arqueólogo peruano Toribio Mejía Xesspe estudió sistemáticamente las líneas en 1926. Sin embargo, dado que son prácticamente imposibles de identificar desde el suelo, sólo se conocieron por primera vez con la llegada de los vuelos comerciales a Perú en la década de 1930. Incluso, debido a la ignorancia de lo que significaban, en 1938 se construyó una carretera que partió en dos la cola de la figura conocida como “El Lagarto”.
El profesor estadounidense Paul Kosok es reconocido como la persona que determinó que no eran simples trazos en el piso o caminos de irrigación, como se llegó a pensar. Tras sobrevolar el área y descubrir “El Colibrí”, Kosok calificó el tramo de desierto como “el libro de astronomía más grande del mundo”, al creer que denotaban un intricado calendario.
Pero ¿cómo se hicieron y para qué?
La primera pregunta es algo sencilla de contestar, varios grupos de expertos se han dedicado a intentar replicar las antiguas técnicas que hicieron posible las Líneas y tal parece que han llegado a un consenso: los antiguos Nazca utilizaron cuerdas para hacer los trazos —de hecho, algunos están algo chuecos—, luego, al remover tierra del suelo, queda revelada una roca de color arena claro. El árido clima de la región, en donde llueve muy poco y no hace mucho viento, ha ayudado a preservar el sitio.
Responder la segunda cuestión es un poco más complicado. De acuerdo a las teorías de Kosok, las figuras significaban un calendario astronómico en el cual los cuerpos celestiales se alineaban; sin embargo, astrónomos actuales desecharon la idea. Hasta ahora, la hipótesis más aceptada es que pudieron haber sido caminos que se recorrían durante ceremonias religiosas como parte de un ritual.
Nazca es quizás, uno de los misterios más intrigantes del mundo, pero al mismo tiempo es un deleite de observar: un verdadero testamento al ingenio y creatividad del ser humano.
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