Muchas personas se caracterizan por “cargar” situaciones del pasado que sólo logran generar temores o incertidumbres; aprende a deshacerte de ellas y redirigir tu rumbo.
Por Pilar Fernández González
Todos tenemos en el interior muchos soldados japoneses que no saben que ha terminado la guerra y siguen defendiendo su territorio. La personalidad es una parte muy pequeña de nosotros, como dice el libro “El caballero de la armadura oxidada”, es el traje que nos ponemos para ir a la batalla y resulta que muchas de las que nos hemos planteado en nuestra vida ya han desaparecido o se han superado, pero como seguimos enganchados en la memoria, continúan actuando en cosas que ya no tienen sentido.
Hay una historia real para compartir que pasó durante la 2da Guerra Mundial: en el eje de Alemania, Italia y Japón cada uno tenía una misión, el primero debía conquistar toda Europa, el segundo buscaba dominar África, y el último iba tras China y Oriente.
Empezó la guerra y los nipones debían ocupar la zona del Pacífico para desde ahí invadir a EE.UU., pero perdieron y es conocido lo que les sucedió a los ejércitos alemanes e italianos, sin embargo hay cosas que se ignoran sobre los japoneses.
Éstos se habían extendido ocupando islas -como Hawaii- con grandes infanterías, pero las más pequeñas que tenían agua dulce fueron tomadas con el mínimo de recursos. Se dieron órdenes de que aunque fuera por al menos 2 soldados había que cuidarlas y salvaguardar que el enemigo no tuviera acceso al vital líquido.
Al terminar el conflicto, las fuerzas de Japón se disolvieron, pero en muchos lugares de todo Oriente se mantuvieron estos soldados que no sabían que la guerra había concluido. Los últimos se encontraron en 1974… ¡30 años después de terminada la guerra todavía estaban cumpliendo la orden de defender su territorio! Las fotos de ellos finalizando su propia batalla dieron la vuelta al mundo.
En la vida pasa lo mismo, existen luchas que han terminado pero los japonesitos dentro de las personas no lo saben. Desactivar comportamientos que en su momento tuvieron sentido y hoy ya no lo tienen es una forma de limpiar el disco duro.
¿Cuántos comportamientos se tienen aunque ya no sirven para nada? Identificarlos implica dedicar tiempo y esfuerzo para lograr cambiarlos.
Uno de los primeros pasos es acoger lo que hay dentro, “lo que viene conviene”. Nada se debe evitar, hay que incluir todo lo que somos, pensamos y hacemos para poder trabajar con ello.
La personalidad se ha configurado para no ver algún aspecto de nosotros mismos, una de las mejores técnicas para empezar a verlos, es que ésta debe permanecer abierta. Es como decir “mira, ha llegado esto…”, se debe cuestionar para qué sirve y cuál es la intención positiva. Creer que se puede hacer algo trae un mensaje importante en ese momento de la vida.
Se trata de ir ampliando la conciencia propia, ya que está más que demostrado que es posible y ayuda.
Cuando se tiene una emoción de miedo o enfado hay que tratar de ver qué intención positiva presenta, porque esa inquietud estará ahí hasta soltar aquello a lo que se aferra, que es precisamente ese sentimiento del que se protege el ser humano.
Por ejemplo cuando al hablar en público o dar una conferencia hay miedo, sudoración o angustia, es momento de mirar dentro y buscar la intención positiva. Una buena forma de lograrlo es imaginar que la situación le está pasando a alguien diferente y no a uno mismo.
Lo más importante de todo el proceso es la “actitud” con la que se van a enfrentar a las cosas, personas y experiencias a partir del momento en el que se decide crecer a nivel personal.
Un buen hábito sería dedicar cada día 15 minutos a meditar o “estar en el centro personal”. Un día tiene 1,440 minutos, entonces se debe destinar el 1% de la jornada a conectar con el interior.
Cuando se es capaz de parar el pensamiento por un momento, necesitaremos dormir menos. Lo recomendable son, en promedio, 8 horas de sueño diarias: 4 para el descanso físico y 4 para el mental. Si pausáramos la mente más a menudo reposaríamos menos, suena difícil pero es necesario. La clave para lograrlo es la persistencia.
Vigila el rumbo
Cuando hablamos de metas y objetivos se debe tener claro un destino y vigilar constantemente el rumbo, es como un avión en piloto automático programado para llegar a Nueva York; si hay viento, tormentas u otro contratiempo y no estamos atentos, el trayecto puede cambiar un grado y terminar en Boston.
También lo que hacemos a primera hora del día marcará la dirección de toda la jornada. Si al despertar lo primero que se hace es estar 15 ó 20 minutos viendo Facebook, Twitter, los grupos de Whatsapp, etc. el resto del día estará marcado por estas distracciones.
Al hablar del rumbo de la vida personal, el ser humano está entrenado para pensar en objetivos sin ser consciente de cuál es la dirección, esto es lo que hace que no se tenga un camino fijo. Las metas sirven para conseguir estados internos que cubren verdaderas necesidades, y a la vez un curso específico.
Lo primero en lo que se debe trabajar es definir de qué se aleja y a qué se acerca cuando se persigue un fin, qué es lo que no se quiere en la vida o qué ha pasado a ser algo secundario. Los propósitos son una manera de concretar y materializar la dirección, éstos pueden ir cambiando, por ello es importante tener claro el rumbo.
Si existe dificultad en marcar objetivos se debe centrar en fijar direcciones para alinearlas con las necesidades que hay detrás de esas metas.
Cambiar el lenguaje facilita muchas cosas, a esto lo llamaba Milton Erikson “la siembra”, porque al modificarlo la persona propaga de manera inconsciente diferencias que darán su fruto más adelante.
Un ejercicio práctico es pensar en una palabra que represente la experiencia vivida al leer estos párrafos, y luego preguntarse a sí mismo qué ha hecho que la dijeras.
Sin duda representa para cada persona una cosa distinta y significativa en su vida. ¡Qué importante es hablarnos bien a nosotros mismos! Un ejemplo bueno y claro para no paralizarnos al decir “no soy capaz” es agregar “todavía”. Pruébalo y verás las diferencias.
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