Por Redacción TNE
La manera en cómo percibimos las cosas influye en nuestra forma de hacer una elección.
Todos los días, en cualquier momento, tomamos decisiones, desde pequeñas –sin mayores consecuencia– hasta las más trascendentales: elegir la ropa para vestir en la mañana, qué comer, ir al cine o al teatro, o considerar qué carrera estudiar, si cambiar de trabajo o no, casarse, etc.
Decidir es una de las actividades más importantes que realiza el cerebro. Lo interesante de esto es que, lo damos por sentado y no reaccionamos hasta que sufrimos las consecuencias: ¿por qué me siento así?, ¿por qué ocurrió esto? El punto clave es poder elegir de manera consciente.
¿Cómo funciona el cerebro…?
En un lenguaje sencillo, la decisión la toma con base en la información que recibe; ésta se caracteriza por los recuerdos, la personalidad, las preferencias, las motivaciones, etc.
Los elementos sensoriales son otros factores que inciden en el proceso de elección: imágenes, sonidos y sensaciones, influyen para que otras células analicen estos “datos” y el cerebro elija la mejor opción. Lo que hay que cuestionarse es qué clase de información le estamos enviando.
¿…cuando ninguna de las dos opciones nos satisface?
Seguro nos hemos encontrado, quizá con mayor frecuencia de lo que creemos, en la situación donde tenemos que elegir de entre dos males, el menos peor; tal o cual candidato a la presidencia; este o aquel producto, etc. Cualquiera que sea el caso existe un factor clave que determina la decisión: la insatisfacción.
Cuando nos sentimos insatisfechos, enfocamos nuestra atención hacia aquello que rechazamos, en vez de elegir lo que preferimos. En primera instancia, parece que no hay nada de malo en ello. Pero debemos de ser cuidadosos con esta percepción.
La mentalidad de rechazo tiene como resultado enfocarse en el lado negativo y lo proyectamos, por ejemplo, al decidirnos por el producto menos malo. Otro caso muy concreto lo podemos ver en la política: los medios destacan más los escándalos de los candidatos que las propuestas que presentan; ante esta situación se elige el menos malo, porque a final de cuenta, uno de los dos ganará.
Este enfoque tiene como resultado dos clases de justificaciones: por un lado, si cuestionamos la decisión se siente insatisfacción; por el otro, si buscamos lo malo en aquello que no se eligió, se siente un alivió por la decisión tomada.
Posterior a la elección vienen los altibajos. Solo queda mirar hacia adelante y/o preguntarse qué es lo que se tiene que hacer. Lo cual es difícil si el mindset es negativo.
Ajustes de paradigma
Por su parte, el cerebro puede tomar decisiones bajo otro criterio donde nos enfocamos en la información positiva, que representa las mejores posibilidades.
Para ello se requiere de un control cognitivo. Dicho de otra forma, se necesita una meta precisa de lo que queremos. Por ejemplo, tenemos claro que buscamos una alimentación más saludable, pero cuesta hacerlo porque nos exponemos a alimentos que no lo son. Nuestra mente asocia esa información con el placer y el sentirse satisfechos, lo cual nos lleva a “caer en la tentación”.
El control cognitivo juega un papel importante; lo podemos ver en las personas que mantienen una dieta, se ejercitan regularmente. En este último caso, cuando está lloviendo, a reserva de que sea una tormenta o un diluvio que lo imposibilite, ¿pensarán en lo “malo” y no saldrán o se enfocarán en el beneficio de salir a correr? Seguro te ha tocado ver personas correr bajo la lluvia.
La pregunta clave es, de nuevo, ¿qué información le vamos a proporcionar al nuestro cerebro para que nos ayude a tomar la mejor decisión, negativa o positiva? Procuremos ejercer control en lo que podemos: nuestros pensamientos y reacciones.